Entrevistas


Entrevistas sobre el espacio público y sus bancos durante la cuarentena - abril y mayo 2020
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Entrevista a Jaime Sorín - 14/09/19
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“Todo el patrimonio histórico de la ciudad de Buenos Aires está en peligro”

    El prestigioso arquitecto observó las intervenciones “carcelarias” que hay en el mobiliario urbano de la ciudad, cuestionó el creciente enrejado y las políticas urbanísticas y no trepidó en catalogar como “negocios inmobiliarios” a algunas actividades presentadas públicamente como avances urbanísticos.


    Que las observaciones realizadas por los realizadores de esta página al respecto de una ciudad cada vez más carcelaria y en tendencia a volverse hostil para la vida grupal no son sólo nuestras lo sabemos. En vista de ello, empezamos a consultar voces autorizadas para entender lo que ocurre, cuando los espacios públicos están siendo cercados con la connivencia de una parte importante de nuestra ciudadanía y vemos cada vez más tácticas represivas o de disuasión para con los grupos “indeseables” por el sistema.

    En ese sentido, conversamos con el destacado arquitecto Jaime Sorín, ex decano de la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (FADU), quien también presidió la Comisión Nacional de Monumentos Históricos y tiene una larga trayectoria como estudioso de la arquitectura. A este respecto, destacamos su propia concepción: “la arquitectura no son los edificios sino la vida que se desarrolla en ellos”.

    El académico, además de convalidar nuestras observaciones al respecto de la progresiva “carcelarización” del mobiliario urbano también se permitió observar las políticas habitacionales y urbanísticas llevadas a cabo por el macrismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). En ese sentido, fue tajante: “la política neoliberal en la ciudad lo que intenta es aumentar el valor de la tierra”. “El objetivo en realidad es que no se vea a la ciudad como una creación cultural y social sino como una posibilidad de negocios”, le sumó para aseverar en referencia al macrismo en el gobierno: “todas la obras que se hacen tienden a una posibilidad de negocios en los cuales ellos también son socios”.


Por qué muebles de cárcel

    Una página de gobierno de la ciudad especifica los vistosos nombres técnicos de los artilugios carcelarios con que se “amuebla” la ciudad de Buenos Aires. Allí, además, se detallan los criterios por los cuáles se opta por esos adefesios nada amigables con el ciudadano. El más esgrimido es el de la economicidad. Pero esto es refutado por Jaime Sorín, quien afirmó: “los bancos que hacen tienen menos mantenimiento pero son tan vandalizables como los otros”.

    Repuso que “además está de moda hablar de lo ecológico, aunque seguramente no es lo que ellos piensan y la ciudad verde no existe, es una mentira, sólo es el color verde con el que pintan algunas cosas”. Y acusó: “dicen que aumentaron los espacios verdes, pero contabilizan un boulevard y el jardín del medio con dos pedazos de pasto y hasta te pueden contar esos macetones espantosos de las esquinas”.

    También consideró una “ideología del espacio público”. En ese marco, Sorín señaló las diferencias evidentes entre el “espacio público concebido desde lo privado” y el “espacio público como estructurador de una ciudad solidaria”. Resaltó la acción del gobierno porteño ironizando: “depende de cómo pienses vas a poner un tipo de mobiliario o vas a poner otro”. Y añadió un ejemplo: “las paradas de colectivo que hay ahora sobre las avenidas son para quedarse cinco minutos, para que venga rápido el colectivo y te vayas y son tan incómodas para que no se quede nadie a dormir”. En este punto, enfatizó que para el macrismo: “el problema no es que haya en este momento 200 mil indigentes en la ciudad de Buenos Aires y 20 mil personas en situación de calle”.


“Injusticia espacial”

    No todo es uniforme en la CABA, ya que el macrismo profundiza con sus políticas la división tradicional norte-sur, lo que se nota en las plazas del norte rico, que aún son reacias a los enrejados y en las que perduran los bancos de hierro repujado y listones de madera pintada. “Nada de lo que se hace es ingenuo”, dijo Sorín sobre ello para afirmar: “los jardines de la zona norte están más cuidados que los de la zona sur”.

    “Hay esponsoreo de empresas”, explicó y profundizó: “a las empresas les interesa esponsorear la zona norte, la zona sur no porque en el norte la población consume las cosas que son las de los esponsoreos”. “La ciudad está organizada desde un punto de vista clasista e incluso hablamos también de injusticia espacial”, sostuvo.

    En este marco, el arquitecto explicó que la división geográfica ya no es tan clara sino que se ha profundizado, siendo el sector ribereño el más puesto en valor por el neoliberalismo. “Ahora tenemos toda la costa del río absolutamente privatizada y desde Libertador al norte están los mayores negocios, pero a partir del Paseo del Bajo empezaron a vender parte de Catalinas Sur”, señaló.

    Consideró que “lo que acá han hecho es endeudarse y pagar esa deuda con la venta de tierras públicas que siempre las compran los mismos, que son los socios inmobiliarios de Rodríguez Larreta y Macri” y sostuvo que en el futuro los porteños sólo podrán ver el río “en fotos o pagando”.

    En ese plan, criticó también el traslado al sur de la CABA de edificios administrativos preguntando y respondiendo: “¿qué beneficio le trajo a Parque Patricios que ahí ahora esté la jefatura de gobierno? Ninguno”. Agregó: “armaron el Polo Tecnológico, entonces todo lo que está alrededor aumentó de precio y la gente que vivía allí se tuvo que ir”. Y fustigó: “en La Boca, antes de declarar el Polo de las Artes, compraron un montón de propiedades. Y a las que no pueden comprar las incendian”.


Jaulas para el pueblo

    La creciente utilización de enrejados en la CABA también fue observada por Jaime Sorín, quien en ese sentido vaticinó: “cada vez vamos a estar en una ciudad más enrejada” en un marco en el que “el gobierno no dice que el problema de la seguridad no se arregla con las rejas ni con la mano dura sino con trabajo”.

    Contempló algunos ejemplos de los que llamó “ciudad amigable” y los contrastó con la actualidad de Buenos Aires. Sobre ello, reflexionó: “en Europa hay muchas ciudades que están pensadas desde otro punto de vista, pero a lo que uno le llama la atención es que no hay la video vigilancia enorme que hay acá, que hay más utilización de los espacios públicos, que están más cuidados, no hay ese mobiliario que aparece en la ciudad de Buenos Aires y el tema de las rejas está más controlado”.

    Apuntó que en las ciudades amigables de Europa “es raro que veas enrejada una planta baja y en sus periferias no se ven casas con rejas sino, a lo sumo, con un murito”. En comparación, acotó que en Buenos Aires, actualmente, “vas caminando y ves que no sólo está enrejada la planta baja sino las ventanas del primer piso, del segundo piso y cada vez hay más rejas en las entradas”. Por eso comparó esta creciente y notable realidad de la capital argentina, alejándola del paradigma europeo, con ciudades latinoamericanas de grandes contrastes sociales, como Lima y Santa Cruz de la Sierra.


Villas: entre urbanización y desplazamiento

    Sorín hizo un aparte para observar el trato que los ciudadanos porteños menos favorecidos socialmente están padeciendo. Aclaró que “Rodríguez Larreta tiene un discurso distinto como jefe de gobierno al de lo que fue el de Macri como jefe de gobierno” y que el primero “se ha dado cuenta de que la política de erradicación de las villas era imposible”.

    Ante todo, Sorín enfatizó que “la constitución de la ciudad de Buenos Aires habla de integración urbana y no de erradicación” y manifestó: “Rodríguez Larreta tomó esa política pero lo que está haciendo es trabajar sobre las villas de modo que permiten, si se mejoran, generar algunos negocios inmobiliarios alrededor”.

    Aparte, consideró los proyectos “urbanizadores” de las villas, sobre los que observó: “preocupa de las construcciones nuevas de la villa cómo van a pagar el costo, porque las cuotas en la Rodrigo Bueno van de 4 mil a 8 mil pesos, dependiendo de los ingresos de la familia, pero además tienen UVA, y sabemos lo que está sucediendo con los créditos UVA, además de eso, tenés que pagar los servicios como si estuvieras en cualquier lugar de la ciudad y, como son propiedades horizontales, tenés que pagar las expensas, con lo cual, a la larga (nosotros calculamos que en cinco años) se van a empezar a vender las casas y se va a hacer un cambio de población importante”.


Mullidito en cemento

    Entré los artilugios más inhospitaliarios que Sorín observó en la ciudad, destacó los bancos BKF (por Bonet, Kurchan y Ferrari, los arquitectos argentinos que los concibieron en la década de los treintas), copiados de los tradicionales íconos del diseño de mobiliario para interiores, pero confeccionados en cemento y para exteriores. “Hacer un BKF en cemento me parece una brutalidad, además que el BKF no es un sillón que sea particularmente cómodo”, dijo. “Esperemos que en algún momento podamos cambiar el gobierno de la ciudad o al menos la orientación de las cosas que se hacen”, manifestó después.

    “Todo lo que es el patrimonio histórico de la ciudad de Buenos Aires está en peligro”, señaló e informó: “se tiraron más de 2 mil edificios, muchos de ellos con mucho valor histórico”. Advirtió sobre la necesidad de rescatar el patrimonio arquitectónico del ex zoológico porteño, los murales de los subterráneos y la tradicional cartelería porteña. Sobre esto último, puntualizó que en la otrora personalísima ciudad de Buenos Aires “se cambió la cartelería para hacerla igual a la de Nueva York”.

    “Esta ciudad particularmente ha olvidado mucho de sus orígenes”, sentenció el ex decano de la FADU. Por eso llamó a “mantener lo que hay para que no puedan seguir tirando y, en el momento que se pueda, realmente tener una política de recuperación de la historia”. Como advertencia, finalmente se quejó: “si seguimos en este sentido, prácticamente nos vamos a quedar sin la ciudad de Buenos Aires tradicional”.


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En el marco de la emergencia sanitaria declarada el 12 de marzo de 2020 en nuestro país por la pandemia de Coronavirus, y para analizar el cruce entre criminología y urbanismo, conversamos con Claudia Cesaroni:

-       Sobre el diseño hostil y la ciudad carcelaría... ¿por qué caracterizás al diseño hostil como carcelario?

Quizá porque conozco bastante los mundos del encierro: cárceles, institutos de menores, comisarías, son diseñadas para que en ese diseño se continúe el dolor que supone la imposición de una pena. Siempre recuerdo un fragmento de un libro de memorias de dos ex presos políticos uruguayos, militantes del Movimiento de Liberación Tupamaros:
“(En las celdas) están pensadas, calculadas, medidas y creadas la oscuridad, la sed, las corrientes de aire helado en invierno, el calor sofocante en verano, la mugre insoslayable, la opresión de los muros, la soledad, el profundo silencio, los ruidos impactantes de las trancas metálicas, las dobles rejas, la caída de los pisos sutilmente nivelados para joderte. Flor de trabajo científico con un solo objeto: hacer daño. Hay Mengeles de la arquitectura, y lo peor es que tal vez ni siquiera se les ocurre pensar que lo son. Porque uno se los imagina en su cálido estudio moqueteado, contentos porque ganaron el concurso o la licitación, resolviendo, con la conciencia muy tranquila, cómo romperle el alma a la gente mediante la arquitectura. Son violadores de los derechos humanos en abstracto. Al barrer. Genéricamente. Caiga quien caiga. Le toque a quien le toque. (...) Hay miles de cárceles en el mundo: todas tienen calabozos concebidos para destruir al individuo. Son su obra.”, Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, Memorias del calabozo, Tomo I, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, s/f, pág. 191.
Ese texto lo incluí hace años en mi tesis de maestría, en la que elegí hablar de cómo se aplica dolor a las personas privadas de libertad, en particular a los adolescentes, de modo directo y visiblemente brutal -golpes, torturas, condiciones indignas de vida-, o de modo menos evidente, con programas de “tratamiento” supuestamente impuestos para abordar las problemáticas que llevaron a esas personas a cometer delitos, y que en realidad son sucedáneos de las prácticas de terror que se aplicaban a Alex en La naranja mecánica para que se volviera “bueno”.
En ese contexto, la incomodidad, lo gris, lo feo, es parte de la decisión de aplicar dolor.
Entonces, cuando veo esos objetos -bancos, rejas- o esas disposiciones geográficas que se configuran como fronteras que evitan que quienes viven en determinados barrios accedan a los “centros” urbanos, inmediatamente me remite a la cárcel, a su arquitectura, a sus muros, a sus celdas frías en invierno o infernales en verano; a lo gris y lo feo como modo de demostrar que la belleza no es un derecho para determinadas personas.
-       Puede el diseño caracterizado como “hostil” ser bello? Puede lo estético desligarse de lo utilitario?

Creo que no, justamente creo que lo hostil implica lo feo, no en términos de valoración artística, que de eso yo solo puedo hablar de lo que me gusta o no, sino de negación de un derecho: el derecho al disfrute y a la belleza. Una de mis obsesiones (de las tantas!) tiene que ver con eso: con construir espacios bellos, además de cómodos y accesibles para las personas que no se los pueden proveer por sus propios medios. Yo puedo ir a una casa y ver un sofá que me parece horrible, pero si es una casa de cierto sector social, seguro que al menos ese sofá es cómodo, mullido, me puedo sentar allí sin que me duela el culo y las costillas, y será bello para sus dueños. Entonces, la valoración estética no importa tanto. Ahora, la hostilidad, en tanto incomoda y expulsa, carece de toda belleza.


-       En qué otros aspectos, más allá del mobiliario urbano, percibís la impronta de la ciudad carcelaria?

Hay tanto…Barreras geográficas o físicas que funcionan como fronteras para que algunas personas, por edad, por aspecto físico, por vestimenta o por procedencia, no puedan llegar a los centros urbanos. En muchos casos, esas fronteras son custodiadas por fuerzas de seguridad originalmente creadas, justamente, para cuidar las fronteras del territorio nacional, pero terminan allí, en los barrios o en las ciudades de provincia, pidiendo documentos y revisando equipaje (mochilas) a los pibes que las clases medias no quieren ver.
Plazas y parques enrejados, con el argumento de evitar su deterioro, poniendo así horarios, días y climas para que la comunidad los disfrute.
Cámaras para la videovigilancia y para la identificación fisonómica,que la pandemia y la obligatoriedad de usar tapanariz y boca ha transformado en un trasto inútil, hasta que inventen unas que identifique a la distancia solo con los ojos.
Balas o cómo se llamen, rodeando veredas y calles, simbolizando vaya a saber qué, afeando el paisaje, amenazantes y agresivas.
Prácticas policiales de identificación, legitimadas por el poder judicial y, ahora, por la emergencia sanitaria. Como repetimos una y otra vez, cuestionamos estas prácticas porque son selectivas y discriminatorias, porque no afectan a todos los sectores sociales por igual, y porque son el sustrato sobre el que se asienta la construcción de causas penales que perjudican a esas poblaciones (adolescentes, jóvenes, vendedores ambulantes, migrantes, trabajadorxs sexuales)

-       Señalaste varias veces la paradoja de que la ciudad incorpora un diseño carcelario, en tanto pretende demoler el único penal que queda en su jurisdicción.  ¿Por qué esa expulsión del preso? ¿El diseño hostil expulsa a la misma población que expulsa el cierre del penal?

La construcción de la idea de que los presos y presas son monstruos, que nada tienen que ver con nosotrxs, lxs normales, explica la idea de que los lugares donde se los encierra deben estar también fuera de nuestra vista. No se los quiere ver: ni a ellos, ni a sus familias, ni a quienes nos ocupamos de ellos abogando por sus derechos, dando clases, haciendo talleres y programas de radio. Y no se quiere escuchar sus demandas, sus reclamos, sus batucadas, sus jarreos, sus frazadas incendiadas y asomadas a las ventanas enrejadas.
La masacre en el pabellón séptimo, que sucedió el 14 de marzo de 1978, y la subida a los techos del 24 de abril de 2020 para reclamar ser tratados como personas en medio de la pandemia, sucedieron en la misma cárcel, la de Devoto. Tuvieron el impacto que tuvieron porque esa cárcel está en medio de la Capital Federal, y los gritos y los disparos se escuchan y se ven. El destino que se pretende dar a la población penal que hoy está en Devoto, en una cárcel de Marcos Paz, haría que ese impacto disminuyera notablemente. A Marcos Paz llegarían menos cámaras, menos profesionales, menos familiares. Los gritos, en medio del campo bonaerense, no se escucharán. Eso es lo que han ido haciendo con las cárceles en los últimos 20 años: correrlas de los espacios urbanos, llevarlas al medio del campo, al pie de la montaña, al costado de la ruta. La basura, los presos, los locos, se sacan de la vista de la ciudad y sus habitantes limpios, decentes y normales.

Nuestra denuncia sobre la ciudad carcelaria incluye propuestas: no solo queremos una ciudad inclusiva, acogedora, con bancos donde sea cómodo sentarse a descansar, leer, beber, comer, amar, acunar, abrazar, matear, dormitar, y donde sea bello circular, y donde no haya mil modos de controlar nuestros movimientos, sino que también entendemos que en esa ciudad debemos entrar todas, todes y todos, incluyendo, por supuesto, a las personas que cometen delitos, o que tienen un padecimiento psiquiátrico. La cárcel, en nuestra mirada, es una institución -que cuestionamos en su sentido y utilidad, pero ese es otro tema- y las personas que allí están son parte de nuestro pueblo. La cárcel es territorio, como lo es la escuela, la universidad, la fábrica o el barrio. Territorio de disputas, de luchas, de trabajo y de estudio, de amores y de odios, y como el resto de las instituciones, debe tener un lugar en nuestras ciudades. Encerrar para alejar es una doble exclusión, y contra esa doble exclusión también luchamos.

-       ¿Has podido conversar con personas privadas de su libertad acerca de la extensión de lo punitivo al diseño de la ciudad?

Esta parte del proyecto quedó trunco. Pretendíamos continuarlo este año, pero no pudo ser. En 2019 participé en un programa de radio con compañeros de FM La Tribu, que tenía salida semanal y que se hacía con personas privadas de libertad en la Cárcel de Devoto, en el Centro Universitario (CUD) Les conté de nuestra propuesta, les interesó hacer sus aportes, el modo en que por ejemplo ellos padecen las formas de la arquitectura hostil en su vida cotidiana, en el control permanente, en la incomodidad con que se llevan adelante las visitas con sus familias y amigxs, y como, por lo que ven y les cuentan, ese tipo de diseño se ha extendido fuera de los ámbitos de la cárcel.

-       El aislamiento social/ cuarentena nos mantiene aisladxs. ¿Percibís que el diseño carcelario en la ciudad esté colaborando con ello? Crees que esta situación habilitará la incorporación de nuevas prácticas punitivas a nuestra vida en la ciudad?

Se ha sumado en estos tiempos pandémicos un modo de control que que podemos llamar el vigilante de balcón, y un señalamiento punitivista a quienes se contagian, en una especie de marca, como hace décadas sucedía con los leprosos. Lamentablemente, esas prácticas no resuelven nada, y por lo contrario, desestimulan a que las personas que teman estar enfermas, o lo estén, digan por ejemplo con quién han estado, ante la amenaza formal, vía apertura de una causa penal y la amenaza penal informal, vía los llamados escraches, lo que hace mucho más difícil aislar a los contactos estrechos del o la “infectadx”.


Esos modos de control informal que se suman a los formales, auguran más punitivismo en las ciudades, lamentablemente. 




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Sobre Arquitectura y autoritarismo, de  Rodolfo Livingston


Una referencia ineludible que nos encontramos a la hora de referirnos al uso democrático del espacio público y al diseño urbanístico, es la del arquitecto Rodolfo Livingston, que ha realizado fuertes críticas acerca del modo en que quienes vivimos en esta ciudad, somos prisioneros de la cantidad de cemento, de autos, de gris y de oscuridad que nos impide disfrutar de nuestra vida de un modo más accesible y sencillo. Todo en aras de maximizar el negocio inmobiliario.
Una de sus principales ideas, es valorizar aquello que tantas veces es considerado “vacío”. Al respecto, entiende que un espacio público, libre de obstáculos/comercios/rejas  o publicidades,  es el terreno propicio para producir escenas de la vida cotidiana. Para él, “la ciudad es un escenario de la vida (...)  Un chico por ejemplo necesita correr, jugar, no puede ser que viva en veredas llenas de autos. Precisa parques y esa es la función de las plazas, además que lo adultos necesitamos cada tanto salir del asfalto”. Sostiene, a su vez,  que debe haber una plaza a menos de cinco cuadras de cada vivienda, que un niño en verano  no puede pasarlo en un departamento, y que “las plazas deberían tener  guardianes, luces, maestras jardineras. Y en las calles debe haber más psicólogos que patrullas policiales”.

Hay un libro suyo, Arquitectura y autoritarismo, que analiza cómo la atmósfera política influye en las ciudades. Fue escrito durante la dictadura militar, en un corto viaje a  Nueva York, donde el arquitecto no pudo dejar de percibir el contraste entre aquella ciudad con el  autoritarismo presente en la nuestra. Este libro fue finalmente publicado en 1991, por Ediciones de la Flor. A continuación, una reseña de Matías Bustelo: 


LA MIRADA SUBVERSIVA DE UN MAESTRO


    Un pequeño libro en apariencia inofensivo fue lanzado al mercado, que todo estaba consumiéndolo ya entonces, a comienzos de la década de los noventas en Buenos Aires, una ciudad que todavía era todo lo significativa que sigue siendo pero en la que aún no era tan visible la política represiva del neoliberalismo como lo es en estos días, cuando no basta con negar la represión que la ciudad ejerce a sus ciudadanos para que se esfume la basura que arrojamos bajo los muebles, mal barriendo. Se llamó Arquitectura y autoritarismo y aunque con él su autor, Rodolfo Livingston, quiso publicar un pequeño tratado sobre arquitectura y urbanismo confeccionado con amenidad lírica no exenta de humor y humanidad, sus apreciaciones, síntesis y planteos generales sirven hoy, más que entonces, para comprender lo que fue pasando en la capital argentina durante los años de su neoliberalismo, coronado en ella ininterrumpidamente hasta nuestros días.
    Allí hay mucho más que las inquietudes del autor al respecto de problemáticas que aún aquejan a Buenos Aires. También están el absoluto desapego de la dirigencia política hacia los espacios verdes, por el cual se desecharon como tal vastos baldíos entregados a la especulación; el absurdo criterio, no exento de visión milica heredada de la dictadura, de entender que un espacio vacío, algo tan necesario para el goce de la vida en la ciudad y la vivienda, no es una presencia (justamente de vacío) sino una carencia que se debe remedar construyendo sin ton ni son; la hostilidad hacia los más chicos, que aunque en todo lugar encuentran un espacio de juego a menudo tienen prohibidos esos lugares en la ciudad; la falta de criterio de las autopistas, que si bien necesarias nunca fueron construidas en respuesta a la sencilla y vital pregunta “¿a dónde va la gente que las usa?”; la tonta percepción de la uniformidad como un orden y del orden como un criterio estético de calidad; la creciente destrucción del patrimonio arquitectónico merced a una presión inmobiliaria que no se condice con el hecho de que la jurisdicción C.A.B.A. tiene menos población que hace cinco décadas y la vigencia de reglamentaciones obsoletas que inciden en el diseño, afeándolo y volviéndolo inadecuado a las necesidades de usuarios, ciudadanos y la época.
    Hoy, cuando desde entonces hemos visto crecer en la ciudad, como un cáncer, una cárcel que se siente en las estructuras carcelarias de calles, espacios públicos e instalaciones de uso masivo, la obra de Livingston, en su momento casi subestimada como una obra menor y ciertamente quejosa de la arquitectura (allí su autor hasta cuestiona a colegas incuestionados como Clorindo Testa, el último gran arquitecto argentino de las instituciones públicas), resurge de golpe como un aporte nuevo para repensar la ciudad, que pese a su aversión al goce que sus habitantes podrían mamarle, teta mezquina, sigue siendo uno de los sitios más fascinantes de Sudamérica. Buenos Aires, en donde se agolpa y arremansa la historia convulsionada del continente construyendo maravillas, que todavía asombran y parecen querer reunir y magnificar en un solo punto del orbe todas las expresiones artísticas de la humanidad y su historia, tiene la esperanzadora posibilidad de destruir sus abominaciones y transformarse, como ya lo es para muchas cosas, en paradigma de algo mucho más probo que la opresión citadina. Es, justamente, la visión final que se eleva de la obra que comentamos.
    Hoy la evidencia de la opresión que fue creciendo surge al paso en una dilatada caminata por Buenos Aires. Los bancos son de cemento, balas de cañón enmarcan las sendas, las plazas en donde parar a ver la ciudad y descansar están enrejadas, cunde el chaperío de tonos grises y azules bien carceleros, las instalaciones nuevas no acogen sino repelen, nadie puede sentarse en los canteros porque están hostilizados con fierros de punta, casi no quedan bancos largos en que una persona pueda recostarse a mirar el cielo, el río es algo que se siente pero que está lejos si no prohibido, hay cemento en donde hubo verde y hasta resulta evidente que los espacios confortables quedan cada vez más recluidos en los barrios pudientes del norte, refugio de los arbolados y las últimas plazas sin rejas. Es como si la Argentina, con su pueblo patiero, asadero, extrovertido y callejero, se hubiera achicado hasta casi desaparecer, al menos en la planificación de la mayor de sus manifestaciones urbanas, que es justamente esta ciudad, Buenos Aires, reina de un río al que ya ni mira.


    Hay ciudades en nuestro mismo país que tienen concepciones urbanas más amigables para el ciudadano que las que tiene Buenos Aires, en donde lo bueno se va pareciendo, peligrosamente para el bolsillo argentino y todos los días un poco más, a lo caro (porque en Buenos Aires se cobra por todo). Tan grande es el mar de Mar del Plata, que solemos olvidar que enfrente hay una ciudad magnífica llamada, justamente, Mar del Plata, que si es magnífica ha de ser porque no dejó de volcarse al mar, madre de su existencia. Pero en Buenos Aires el río no se ve si uno no va expresamente a buscarlo. Los cordobeses tienen peatonalizado el centro de su ciudad en muchas cuadras, cosa de la que en Buenos Aires se sigue notando la carencia que Livingston ya observaba a comienzos de los noventa, cuando hablaba de “una ciudad fuertemente represiva del placer”. Los mendocinos viven en constante contacto con su parque San Martín, contra el que su ciudad-oasis se recuesta, pero en Buenos Aires el Bosque de Palermo fue mutilado hasta el punto de tener un aeropuerto adentro, algo que también el viejo maestro había apuntado ya en esos años menemistas, destacando que el objetivo del paisajista Carlos Thays, que había imaginado la versión porteña del Bois de Boulogne, fue violentado repetidas veces con obras sin sentido y mucho cemento mientras sigue habiendo ardillas en el parque parisino que le sirvió de modelo.
    “La arquitectura del autoritarismo no puede ser sino triste e incómoda. Es la arquitectura de la obediencia. La obediencia al Orden como finalidad principal de la vida”, nos dice Livingston. Leemos ello, damos vuelta la cabeza y miramos en torno. Esa concepción de nuestro orden urbano, el de todos nosotros a los que no nos hicieron partícipes de esa concepción, está allí, en una ciudad bellísima hecha para no ser vista, como si detenerse y verla pudiera hacernos daño. No ideamos nosotros que los bancos de nuestras plazas y calles se asemejen a los de una prisión, pero los hemos consentido, ciertamente y ahora hasta los imitamos en nuestras más modestas intenciones arquitectónicas o jardineras de entre casa.

    La creación del profesional que concibe los adefesios que comentamos, es sin dudas hija de una concepción estética que tiene una génesis económica, ideológica y política (no se puede explicar de otra manera el hecho de que los pocos barrios populares “de diseño” que se hacen en la actualidad tengan cocinas y baños mínimos, ventanas de poca luz y salas bien centrales para que el laburante se apoltrone a ver la tele). Indagar esa génesis de las concepciones artísticas y no sólo denunciar sus resultados es el motivo del proyecto Ciudad Carcelaria, que tiene en Livingston y sus observaciones un precedente y, aunque no es nuestra intención glosar su obra, nos servimos de ella como un aporte cabal de lo que muchos no estaban viendo y que hoy estalla, manifiesto en una ciudad espléndida que no se deja apreciar en toda su magnitud, porque la gente que la hace no está prevista por políticos y diseñadores. ¿Por qué? Eso es lo que pretendemos desentrañar.

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